El Sable Japones «La Katana»  2ª Parte

El origen de la “katana” japonesa se remonta a unas primeras espadas que, aproximadamente, datan del 700 d. C. y que se caracterizaban por ser rectas y con un solo filo.

Se las denominaba “chokuto” y sus dimensiones podían oscilar entre los 30 y los 90 cm.

Eran muestra del importante valor ritual de las armas en aquel entonces (hablamos de una cultura panimista): probablemente pertenecieran a ajuares funerarios de nobles o personas importantes de la tribu.

Paralelamente, el impacto de la cultura china se hace notar en el proceso evolutivo de la espada japonesa.

Como claro ejemplo, los términos chinos jian (劍, ‘espada de doble filo’) y dao (刀, ‘espada de un solo filo’), sirven de precedente semántico y fonético de los kanji japoneses 剣 ((on’yomiken) y 刀 (on’yomi).

De esto surge el término “katana”, como expresión del modelo estándar de espada japonesa.

Paralelamente, empieza a notarse la influencia de las culturas de Corea y China, en los ornamentos de las espadas de un solo filo. Esta influencia se intensificará entre los siglos V y VI d. C., debido a los constantes conflictos militares entre Japón y Corea.

Posteriormente, con la propagación del budismo como forma religiosa en las islas, llega un cambio importante: surgen las espadas de doble filo, rematadas con elementos ornamentales, destacando una voluminosa decoración en las empuñaduras. Esto se convertirá en tónica general, desatando un debate sobre lo aparatoso y poco ergonómico que resultaba.

Poco después, la aparición de la espada de inconfundible estilo japonés, se produce una vez el Imperio alcanza la suficiente estabilidad.

En ese momento, la espada ya había cobrado mucha importancia como arma de guerra, suficiente para que los maestros comenzaran a desarrollar una genuina técnica.

En este contexto, se le atribuye al espadero Amakuni, la invención de la katana, que será de vital importancia para el armamento de la época.

Es a partir de la Era Kamakura (desde mediados del s. XII d. C.) y, tras un periodo de inclementes enfrentamientos militares, cuando podemos hablar de la katana propiamente dicha.

Se produce, entonces, un gran ímpetu en la forja de espadas, atribuido a la iniciativa del Emperador Gotoba, el cual reunió en su corte a distintos herreros de excepcionales habilidades.

En este arte, van a destacar una serie de determinadas familias y los denominados “tres fabricantes maestros”: Masamune, Yoshihiro y Yoshimitsu.

Desde este momento, la katana, ya consolidada como ejemplo de espada estándar japonesa, va a sufrir un proceso de perfeccionamiento en las técnicas de forjado y templado.

Esto es debido a la alta especialización de los maestros herreros, los cuales destacarán por la producción de hojas de extraordinaria calidad.

Esto cambia a partir del siglo XIV, cuando el permanente clima de guerra civil provoca un progresivo deterioro de la técnica herrera: se empieza a exigir un aumento de la producción en detrimento de la calidad.

Varía la longitud de las hojas y, por si fuera poco, el traslado de la sede imperial (de Kioto a Kamakura) acaba con la secular tradición espadera.

La batalla de Sekigahara da lugar a un período más tranquilo, militarmente hablando, pero con relativas tensiones internas que propician la degradación del arte espadero.

Denominada por los expertos como Etapa de las Espadas novísimas, se caracteriza por el uso de un extravagante sistema de templado de la hoja, cuyo resultado es una hoja más brillante, pero de menor calidad.

Esto refleja que la espada está ya destinada a uniformes o expositores de coleccionistas y no, como otrora, al campo de batalla.

Ya en el siglo XIX, se aprueba un Edicto Imperial, por el que se prohíbe el uso de espadas a todo guerrero, limitando su uso a las fuerzas de seguridad y militares.

Esto supuso un golpe mortal para una, ya herida, industria de la fabricación de espadas.

Pese a estas notables restricciones, la “katana” japonesa, sigue y seguirá siendo un símbolo para todos los japoneses en la era contemporánea.

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